El ‘Black Friday’ o ‘Viernes Negro’ es el día en el que oficialmente comienza la temporada de compras navideñas en Estados Unidos. Se produce un día después de ‘Acción de Gracias’ (que se celebra el cuarto jueves de noviembre).
El término se utilizó por primera vez en Filadelfia en 1961. Un boletín público alertaba del caos que se estaba produciendo en la ciudad con motivo de la aglomeración de tráfico y viandantes producida por la festividad y las rebajas del día posterior a ‘Acción de Gracias’. Otros atribuyen esta denominación al hecho de que en este día comienza la época en la que los comercios consiguen cambiar los números rojos por negros. Empezó a extenderse por todo Estados Unidos a partir de 1975.
Esta tradición fue importada en España por Apple en 2010 y progresivamente ha ido cobrando más fuerza. Si bien se trata de un día en el que incentivar el consumo en un mes en el que tradicionalmente está más estancado -el consumidor prefiere esperar a la inminencia de las fiestas para hacer las compras- es un arma de doble filo para el pequeño comercio.
Las grandes marcas y superficies comerciales realizan importantes descuentos en sus productos, lo que me lleva a pensar por un lado si los precios de por sí no estarán ‘hinchados’ y pueden permitirse grandes porcentajes de rebaja; o si prefieren reducir sus márgenes al mínimo y obtener más beneficios por volumen de ventas que por unidad.
Sin embargo, el comercio minorista o el pequeño autónomo se encuentra en el dilema de participar de este evento de rebajas. Si habitualmente ofrece precios competitivos y tiene un margen ajustado, ¿es realmente necesario que haga el esfuerzo de aplicar descuentos en un día determinado para competir con las grandes marcas? ¿Tiene que aplicar un sobreprecio en sus productos para luego rebajarlo en momentos puntuales bajo el paraguas de las ‘rebajas’?
Son reflexiones que me planteo como responsable de una pequeña marca de diseño independiente.
Gracias por leerme
Sonia (CucaSimona)